SEGON DE BATXILLERAT HISTÒRIA D'ESPANYA

FRANQUISME
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                                                                             El trigo de Perón salvó a Franco


En octubre de 1946, pocos meses después de haber llegado al poder en Argentina, el general Perón firmaba un acuerdo comercial con Franco por el que, a través de un crédito anual de 350 millones de pesos, a un interés del 3,75%, se comprometía a vender a España 700.000 toneladas de trigo y 220.000 de maíz durante los años 1947 y 1948, lo que garantizaba el noventa por ciento de las necesidades de consumo internas españolas. El acuerdo preveía también la venta a España de carne congelada (20.000 toneladas); carne salada (5.000 t); lentejas (10.000 t); porotos (20.000 t); huevos (50.000 cajones); tortas oleaginosas (10.000 t); lino (10.000 t); algodón 10.000 t); lana (5.000 t); sebo industrial (2.000 t) y cueros vacunos. Además, Argentina otorgaba a España un empréstito de 400 millones de pesos, a devolver en veinticinco años, para hacer frente a la deuda contraída por el Estado español desde el año 1942 por la compra de un millón de toneladas de trigo.

El acuerdo con Perón fue una tabla de salvación para el Régimen. Aunque se convirtió en un latiguillo del franquismo, la "pertinaz sequía" de los años 1944, 1945 y 1946 había esquilmado la agricultura y había agudizado el hambre hasta extremos muy preocupantes. La cosecha de 1945 fue la más reducida del siglo, incluso por debajo de la de 1904, que había sido calamitosa y había provocado revueltas campesinas. Sequía que afectaba, además, a la producción eléctrica, que obligaba a permanentes restricciones, lo que redujo la producción manufacturera y aumentó el paro. Y, por tanto, más hambre.

Antes de la Guerra Civil, España producía 4 millones de toneladas anuales de trigo, cuando en 1945 apenas llegó a 1,8 millones. España precisaba unas 70.000 toneladas mensuales más para satisfacer su propia demanda. En consecuencia, hubo que reducir drásticamente las raciones de pan, básico en la alimentación familiar. Pero no era sólo el trigo el que faltaba. La producción de aceite de oliva, por ejemplo, se redujo de 365.000 toneladas/año en 1936 a 220.000 toneladas en 1945. Además, una parte de esta producción se dedicaba a la exportación para poder obtener divisas. Otro tanto ocurría con el arroz, cuya producción se redujo de las 210.000 toneladas a 125.000, según el historiador Luis Suárez.

La preocupación por el hambre la certificaba el gobernador civil de Valencia, cuando a comienzos de 1947 señalaba en un informe al ministro de Comercio, Juan Antonio Suances, "padre" del racionamiento, que "la media de calorías que consumía cada ciudadano no alcanzaba más allá de las 953 diarias, menos de la mitad de lo que se estima necesario para la conservación de la vida humana". Esta situación favorecía el mercado negro, origen de no pocas de las fortunas del franquismo. Además, a causa del mal estado de los transportes y de las carreteras, las diferencias de precios entre regiones eran enormes.

El régimen de Franco negociaba la compra de alimentos con todo el mundo, incluida la denostada Unión Soviética de Stalin, en especial cereales y legumbres. Pero los precios por pagar en divisas estaban fuera del alcance de las anémicas arcas estatales, por lo que en 1947 se restringió drásticamente el uso de divisas y se prohibió las exportaciones de oro y plata. El pago en divisas se hacía a través del Instituto de Moneda Extranjera, a unos cambios muy rígidos y ficticios, que no hacían más que agudizar la especulación. El dólar, por ejemplo, se cambiaba a 11 pesetas. Obtener una licencia de importación era el gran chollo al que sólo tenían acceso algunos amigos del Régimen.

Por otra parte, el aislamiento diplomático tras la Segunda Guerra Mundial hacía más difícil la capacidad de maniobra del franquismo. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia esperaban que Franco cediera a las presiones para renunciar al poder, primero, y para la democratización del Régimen, después. En 1947, todavía no había estallado en toda su magnitud la guerra fría hecho que, finalmente, jugaría a favor del dictador.

En aquellas condiciones de sequía, hambruna y aislamiento, se entiende que la llegada de Perón al poder supusiera un gran alivio para Franco, tanto por lo que significaba la apertura de relaciones comerciales que dieran aire a aquella España ensombrecida, como para romper la soledad internacional. No sólo Argentina venía votando en los foros internacionales, desde siempre, a favor de Franco, sino que ahora le socorría materialmente.

Una parte importante de la sociedad argentina, encabezada por intelectuales como Borges, Bioy Casares o Montovani, expresaron su disconformidad con ese apoyo al franquismo. En Buenos Aires vivían exiliadas figuras como Sánchez Albornoz, Américo Castro, Cuatrecasas, Alfonso Castelao, Baeza, Irujo, Ossorio y Gallardo. O personajes como Francesc Cambó, cuya muerte le sobrevino en Buenos Aires el 30 de abril de 1947.

Perón se defendía de las acusaciones interiores afirmando que no socorría a Franco sino "el hambre del pueblo español", aunque no se sabe adónde fueron a parar los millones de toneladas de alimentos que llegaron a España en barcos, ni en qué porcentaje circularon por la Comisaría de Abastos, hasta el consumidor, o efectuaron el circunloquio del estraperlo y el mercado negro, para enriquecimiento de algunos.

La cooperación argentina, sin embargo, duró sólo tres años. A partir de 1949, las relaciones se enfriaron, y se interrumpieron los embarques en los puertos argentinos. El entonces embajador español en Argentina, Manuel Aznar, acusó a la "masonería que se había infiltrado en el peronismo", después de que éste paralizara la salida de 20 buques de trigo. Pero lo cierto es que las diferencias vinieron provocadas por las dificultades de España para cumplir sus obligaciones en los pagos. El Régimen no pudo garantizar los cambios para que los saldos en pesetas conservaran su valor en oro. Había agotado el crédito. Tampoco Argentina estaba para dispendios, después del periodo de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial.

(...).

A principios de 1950 se rompía el protocolo entre Franco y Perón. Mediado el año, España ingresó en el Consejo Internacional del Trigo, accediendo a un mercado que gozaba de estabilidad de precios. La guerra fría se encontraba ya en todo su apogeo. El trigo de Perón había pasado a la historia y el racionamiento del pan se dio por finalizado el primero de abril de 1952.

                                                                                                             LA VANGUARDIA 03/02/2002

Al licenciarme sólo podía ser secretaria


Tengo 72 años y muchos proyectos en marcha, como apoyar a Dones Juristes en iniciativas por la conciliación de trabajo y familia y contra los malos tratos. Nací en Barcelona. Soltera y feliz. Soy católica y socialcristiana de UDC.He sido funcionaria durante más de 50 años y no he tomado ni un solo día de baja por enfermedad
- De 26 asignaturas de Derecho, tuve 16 matrículas de honor; me dieron el premio extraordinario por ser número uno de mi promoción, la del 55, y el premio Duran i Bas. Hasta me entrevistó Del Arco en La Vanguardia.

- Y ahora repite usted con honores.

- Cuando acabé la licenciatura todos me decían que tenía mucho sentido del humor.

- ¿Por qué?

- Por estudiar Derecho en una época en que una mujer apenas podía hacer nada con el título. A ellos les parecía que había perdido el tiempo y, en su lógica, tenían razón.

- ¿Entonces por qué se matriculó?

- Yo nací durante la guerra. Mi padre era el católico del barrio y lo persiguieron primero los de la FAI para darle el paseíllo y luego, cuando huimos a un pueblecito de la Cerdanya, ganó Franco y nos quisieron depurar porque mi padre era el secretario del Ayuntamiento... ¿Y sabe qué pensaba yo cuando iba creciendo con el racionamiento?

- ¿?

- Que todo se arreglaría. Por eso estudié Derecho: pensé que algún día las cosas mejorarían y no sería discriminada por mujer.

- ¿A qué se refiere?

- A que en 1955 los requisitos para concurrir a las oposiciones para ser registrador, notario, abogado del Estado, secretario de Ayuntamiento y casi cualquier cuerpo de la Administración empezaban por dos: ser español y ser varón.

- Con un par.

- Fue así hasta el año 61, en que por fin admitieron también a las españolas, pero no para la judicatura. Todavía tardaríamos unos añitos las mujeres en poder ser jueces en este país... ¡Y cuando llegó por fin ese día sólo podíamos ser jueces de paz!

- Tuvo usted mucho ánimo.

- ¿Alguien se extraña hoy de que haya pocas mujeres en el Consejo General del Poder Judicial?

- Supongo que no.

- Recuerdo que entonces en el resto de España era obligatoria la licencia marital. Aquí en Catalunya, nuestro Derecho Civil nos eximía a las catalanas de esa vergonzosa exigencia machista.

- Bueno es recordarlo.

- Pero algunos funcionarios reaccionarios y en algunos bancos empleados no menos reaccionarios insistían en pedir el permiso del marido incluso para meter cuatro duros en una cuenta corriente. Mi madre se desesperaba recordando a aquellos burócratas rancios que ella había nacido en Barcelona y que no necesitaba el permiso del marido...

- ¿Le hacían caso?

- Sí, porque mi padre al final le dio un permiso notarial. Y eso era sólo un detalle. Yo aún recuerdo el ambiente machista de toda aquella época...

- Por ejemplo...

- Todavía me acuerdo de los nombres de aquellas chicas buenas amigas mías que me decían que no dijera a nadie que era abogada porque si se sabía no encontraría novio.

- "No te cases con una mujer de pies grandes", dice el refrán machista.

- Y no lo decían de mala fe, porque había muchos chicos que, efectivamente, se asustaban de que yo fuera abogada y ya dejaban de interesarse por mí.

- Se libró usted de muchos inútiles tarugos.

- Gracias a Dios, sí, los que pensaban así eran los más cortitos. Tuve un pariente que me aconsejó, por mi bien, que "tuviera el buen gusto de no decir que era abogada".

- ¿Qué le dejaron hacer al licenciarse?

- Ser auxiliar administrativa en el Ayuntamiento de Barcelona.

- Las secretarias no les daban miedo.

- No, pero cuando quise ser técnica superior, me suspendieron dos veces sólo por ser mujer, ¡y me lo reconoció así el propio tribunal! Tuve que esperar 13 años para que me aprobaran.

- Pero demostró usted merecerlo.

- Una mujer tiene que ser dos veces mejor para que le admitan que lo hace la mitad de bien que un hombre.

- Y tiene que trabajar el triple.

- Yo no he tomado una sola baja por enfermedad en toda mi vida profesional de funcionaria.

- ¿Siendo funcionaria? Créame que ahora estoy profunda y sinceramente emocionado.

- Y sigo luchando: hay mucho por hacer.

- ¿Dónde se siente más discriminada hoy como mujer?

- Colaboro con Dones Juristes y tratamos de que prosperen iniciativas legislativas para conciliar trabajo y familia, y otra contra los malos tratos... Pero, como funcionaria que he sido, también debo reconocer que las mujeres funcionarias hemos sido menos discriminadas en el sueldo que nuestras compañeras en la empresa privada.

- Eso dicen las estadísticas.

- La gran revolución social en la que he participado ha sido la integración de la mujer en el mundo laboral. Gracias a ella yo he podido ser una persona realizada cuando las mujeres que me precedieron sólo podían ser o esposas o fracasadas.

- ¡Ay, pobres de nuestras tietes!

- O eras esposa o eras ciudadana de segunda clase, y esa división la consagraba el Derecho Civil. Ha sido un alivio dejar atrás todo ese atraso, aunque quede mucho por hacer.
(...)

 

                                                                                                      LLUÍS AMIGUET LA VANGUARDIA 28/08/2006

 

Cuando se expulsaban emigrantes
La Barcelona franquista devolvió a su tierra a miles de españoles tras internarlos en Montjuïc


Esta es una historia con final feliz. Tan feliz como pueda serlo la realidad de los tres millones de habitantes de la novena metrópoli más rica de Europa: Barcelona. Sin embargo, tiene un origen oscuro y un nombre trágico para quienes la vivieron: el pabellón de las Misiones de Montjuïc o Centro de Clasificación de Indigentes del Ayuntamiento de Barcelona. Desde marzo de 1945 y hasta al menos los primeros años sesenta fueron internados en este lugar miles de inmigrantes españoles, antes de ser devueltos a la fuerza a su tierra de origen.

Eran tiempos difíciles. Sólo entre 1951 y 1960 llegaron al área de Barcelona casi medio millón de inmigrantes procedentes de otras zonas de España. Regiones como Andalucía, Murcia o Galicia, donde la pobreza era extrema durante la posguerra. Pese a que siempre se ha sostenido que el régimen franquista alentó la emigración hacia Barcelona, lo cierto es que durante al menos quince años reprimió la llegada de quienes viajaban hasta aquí en busca de un futuro.

Es difícil precisar cuántos ciudadanos fueron retornados durante aquellos años. Muchos testigos de estos hechos ya han fallecido. Sin embargo, algunos documentos consultados por "La Vanguardia" arrojan un poco de luz. Así, en marzo de 1953 un informe del Ayuntamiento señala que "ya rebasan las 4.000 las personas que han sido reintegradas a sus pueblos de naturaleza, entre ellas familias enteras con sus ajuares, evitándose su instalación en barracas y otras viviendas en hacinamiento". Al menos desde 1947 y hasta los primeros años sesenta, el Ayuntamiento liquidaba trimestralmente los gastos que devengaba el pago de la mitad del precio de los billetes de los viajes de retorno en tren. El presupuesto para hacer frente a esas facturas alcanzó en numerosas ocasiones las 200.000 pesetas de la época.

Desde 1945 -cuando abrió el centro de clasificación de Montjuïc- hasta 1957, el servicio de evacuación del Gobierno Civil y el negociado de Beneficencia del Ayuntamiento mantuvieron un servicio conjunto destinado a detener y evacuar a "mendigos e indigentes" que llegaban a las estaciones de ferrocarril y al puerto de Barcelona. La Policía Armada y la Guardia Civil se encargaban del control de los accesos a la ciudad. Los "informadores" del negociado de Beneficencia peinaban la ciudad con su temido "rondín", deteniendo a quienes carecían de empleo o de domicilio fijo.

La detención de los que recalaban en la ciudad y no tenían familiares que respondieran por ellos o domicilio fijo fue organizada "siguiendo las normas del gobernador civil", hasta que en el año 1955 el procedimiento quedó instituido en una ordenanza municipal: "Los agentes de servicios en muelles, estaciones y demás puntos de acceso a la ciudad recogerán y conducirán al pabellón de clasificación a toda persona respecto de la cual existen fundadas sospechas de que pretende ejercer la mendicidad".

Una vez en el pabellón de Montjuïc, los funcionarios al cargo debían determinar "el destino de los recogidos, según sean válidos o inválidos, sanos o enfermos, verdaderamente necesitados o profesionales de la mendicidad, jóvenes o ancianos, nacionales o extranjeros y habitantes de esta ciudad o procedentes de otras".

Los emigrantes evitaban a la policía todo lo que podían. Así lo atestigua Antoni Lázaro, hijo de un maquinista (hoy fallecido) de uno de aquellos convoyes que tardaban hasta tres días en cruzar la Península. En la Torrassa, en l'Hospitalet, donde el tren ralentizaba la marcha antes de llegar a Sants, la gente saltaba al balasto con sus enseres. "Mi padre me había contado que tenían instrucciones de reducir la marcha porque a veces se producían accidentes graves." Joan Mallol, entonces un niño que vivía en la Torrassa, refuerza este testimonio: "Al llegar a la cuesta veías cómo empezaban a caer los fardos del tren. Detrás de los bultos saltaba la gente".

Sebastián Cuenca, hijo de un inmigrante llegado a Barcelona en los años cincuenta, rememora el testimonio de su padre. "Él ya sabía que si lo pillaban lo enviarían a Misiones. Todos los que llegaban en esa época lo sabían, de modo que cuando lo paró un policía en la estación dijo que estaba de paso y que iba a ver a un primo en Sant Feliu."

Y de verdad se fue. Cuando regresó a Barcelona acudió al Ayuntamiento con una carta que le había escrito un jesuita en Almería. El cura que le atendió le amenazó con enviarle a Misiones. "¿No ve usted que sin trabajo ni casa, dentro de tres días tendrá que delinquir?" Pero, el sacerdote cambió de parecer cuando leyó la carta de su colega almeriense, que decía que era buena persona. Entonces el cura le dijo: "Mire, yo a usted no lo he visto. ¡Rápido, váyase!".

                                                                                               LA VANGUARDIA 02/06/2002


                                                                                      Anticatalanismo


Señora, en la España nacional lo que más se castiga son los comisarios de guerra y los separatistas”, le dijo un militar a Rosa Gaya, la viuda de Domènec Latorre, un nacionalista fusilado en el Camp de la Bota el 6 de mayo de 1939, cuando reunió fuerzas para acudir a una diligencia ante las dependencias de la jurisdicción militar.

Josep Benet reconstruye en “Domènec Latorre, afusellat per catalanista” , la historia de un nacionalista catalán fusilado por, según la sentencia que le condenó a muerte, “los hechos probados” de “ser un destacado elemento separatista y fundador de la organización de este matiz, llamada ‘Patria Nova’”, “porque antes de iniciarse el GMN (Glorioso Movimiento Nacional) realizaba una intensa propaganda por medio de artículos periodísticos” y porque “al advenir el citado movimiento, colabora muy asiduamente en el periódico ‘La Humanitat’ en el que publica una serie de artículos y caricaturas conteniendo las más soeces injurias contra el Ejército Nacional, sus instituciones e incluso contra la más alta representación del nuevo Estado español”.
Benet explica que Pàtria Nova era una modesta asociación separatista, fundada por Domènec Latorre en 1917, que apenas llegó a tener medio centenar de afiliados. Los otros dos “delitos” por los que fue condenado y ejecutado Latorre serían de opinión.
En la obra de Benet sobre cinco ejecuciones del franquismo destaca la de Latorre, sobre todo, por la documentación que acompaña el texto a partir de las cartas clandestinas de Latorre al revivir, casi al día, el temor ante el consejo de guerra, la incertidumbre de una sentencia que no es notificada hasta la noche anterior a la ejecución, la esperanza nacida del bulo y el rumor, el terror ante la llegada del motorista, por la noche, con los “enterados” de Franco, las vivencias colectivas ante “sacas”...
Pero en esa relación epistolar aparecen también los consejos a la familia, por ejemplo sobre cómo tratar a los denunciantes. En el caso de Domènec Latorre, funcionario municipal de la sección de arbitrios, fue delatado por tres compañeros de trabajo, falangistas, cuyos nombres y declaraciones ante el juez militar aparecen íntegras y que, en definitiva, constituyeron la única base de la condena. En la búsqueda de avales en su favor, Latorre recomienda a su esposa, el día anterior a su ejecución, sin saber que estaba a las puertas de la muerte, que “sería preciso que la niñas visitaran a Castaños, Dávila y Llera, pidiéndoles que trabajen para mí, que les perdono el mal que me han hecho...”.
En el caso de Latorre, Benet aporta la última carta dirigida a su esposa e hijas cuando ya le han notificado el “enterado” de Franco. “A la presó Model, a les tres de la matinada, sóc anunciat. Vaig a morir per catalanista (...) Moro en la fe de Jesucrist, tal com sempre he tingut. No cal fer testament (...) Demano a l'alcalde Sr. Mateu que us ajudi, ja que no sóc sentenciat per altra cosa que per catalanista.”
Josep Benet, además, contextualiza la extraordinaria documentación aportada en la forma en que el franquismo se cebó sobre sus víctimas, escondiendo en el secreto controlado por la censura cuanto pasaba. A la injusticia de unos delitos supuestos, se sucedían unas condenas sin pruebas, unos enterramientos en secreto y la ignorancia pública. Nadie en la Catalunya de aquellos años, excepto los familiares y amigos más próximos de las víctimas, pudo saber qué ocurría en el Camp de la Bota o en la tapia del cementerio de Girona, ni podía asistir al entierro. Cuando los familiares eran informados de la ejecución, los cadáveres ya estaban enterrados en una fosa común, como la de la Pedrera en el cementerio de Montjuïc. La media de fusilamientos diarios era de 20, aunque hubo días en que llegaron a ser 69.
Josep Benet sostiene que Franco es “el personaje que ha aprobado y ordenado personalmente un mayor número de penas de muerte de toda la historia del Estado español y, probablemente, del mundo. Puesto que, si bien es cierto que Hitler o Stalin ordenaron muchísimas más, lo hicieron, sin embargo, mediantes disposiciones generales, no personalmente ni una a una, como él”.
 

                                                                                          JOSEP MARIA SÒRIA –LA VANGUARDIA  04/09/2003

                                                            

 

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