SEGON DE BATXILLERAT HISTÒRIA D'ESPANYA FRANQUISME |
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El trigo de Perón salvó a Franco
El acuerdo con Perón fue una tabla de salvación para el Régimen. Aunque se convirtió en un latiguillo del franquismo, la "pertinaz sequía" de los años 1944, 1945 y 1946 había esquilmado la agricultura y había agudizado el hambre hasta extremos muy preocupantes. La cosecha de 1945 fue la más reducida del siglo, incluso por debajo de la de 1904, que había sido calamitosa y había provocado revueltas campesinas. Sequía que afectaba, además, a la producción eléctrica, que obligaba a permanentes restricciones, lo que redujo la producción manufacturera y aumentó el paro. Y, por tanto, más hambre. Antes de la Guerra Civil, España producía 4 millones de toneladas anuales de trigo, cuando en 1945 apenas llegó a 1,8 millones. España precisaba unas 70.000 toneladas mensuales más para satisfacer su propia demanda. En consecuencia, hubo que reducir drásticamente las raciones de pan, básico en la alimentación familiar. Pero no era sólo el trigo el que faltaba. La producción de aceite de oliva, por ejemplo, se redujo de 365.000 toneladas/año en 1936 a 220.000 toneladas en 1945. Además, una parte de esta producción se dedicaba a la exportación para poder obtener divisas. Otro tanto ocurría con el arroz, cuya producción se redujo de las 210.000 toneladas a 125.000, según el historiador Luis Suárez. La preocupación por el hambre la certificaba el gobernador civil de Valencia, cuando a comienzos de 1947 señalaba en un informe al ministro de Comercio, Juan Antonio Suances, "padre" del racionamiento, que "la media de calorías que consumía cada ciudadano no alcanzaba más allá de las 953 diarias, menos de la mitad de lo que se estima necesario para la conservación de la vida humana". Esta situación favorecía el mercado negro, origen de no pocas de las fortunas del franquismo. Además, a causa del mal estado de los transportes y de las carreteras, las diferencias de precios entre regiones eran enormes. El régimen de Franco negociaba la compra de alimentos con todo el mundo, incluida la denostada Unión Soviética de Stalin, en especial cereales y legumbres. Pero los precios por pagar en divisas estaban fuera del alcance de las anémicas arcas estatales, por lo que en 1947 se restringió drásticamente el uso de divisas y se prohibió las exportaciones de oro y plata. El pago en divisas se hacía a través del Instituto de Moneda Extranjera, a unos cambios muy rígidos y ficticios, que no hacían más que agudizar la especulación. El dólar, por ejemplo, se cambiaba a 11 pesetas. Obtener una licencia de importación era el gran chollo al que sólo tenían acceso algunos amigos del Régimen. Por otra parte, el aislamiento diplomático tras la Segunda Guerra Mundial hacía más difícil la capacidad de maniobra del franquismo. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia esperaban que Franco cediera a las presiones para renunciar al poder, primero, y para la democratización del Régimen, después. En 1947, todavía no había estallado en toda su magnitud la guerra fría hecho que, finalmente, jugaría a favor del dictador. En aquellas condiciones de sequía, hambruna y aislamiento, se entiende que la llegada de Perón al poder supusiera un gran alivio para Franco, tanto por lo que significaba la apertura de relaciones comerciales que dieran aire a aquella España ensombrecida, como para romper la soledad internacional. No sólo Argentina venía votando en los foros internacionales, desde siempre, a favor de Franco, sino que ahora le socorría materialmente. Una parte importante de la sociedad argentina, encabezada por intelectuales como Borges, Bioy Casares o Montovani, expresaron su disconformidad con ese apoyo al franquismo. En Buenos Aires vivían exiliadas figuras como Sánchez Albornoz, Américo Castro, Cuatrecasas, Alfonso Castelao, Baeza, Irujo, Ossorio y Gallardo. O personajes como Francesc Cambó, cuya muerte le sobrevino en Buenos Aires el 30 de abril de 1947. Perón se defendía de las acusaciones interiores afirmando que no socorría a Franco sino "el hambre del pueblo español", aunque no se sabe adónde fueron a parar los millones de toneladas de alimentos que llegaron a España en barcos, ni en qué porcentaje circularon por la Comisaría de Abastos, hasta el consumidor, o efectuaron el circunloquio del estraperlo y el mercado negro, para enriquecimiento de algunos. La cooperación argentina, sin embargo, duró sólo tres años. A partir de 1949, las relaciones se enfriaron, y se interrumpieron los embarques en los puertos argentinos. El entonces embajador español en Argentina, Manuel Aznar, acusó a la "masonería que se había infiltrado en el peronismo", después de que éste paralizara la salida de 20 buques de trigo. Pero lo cierto es que las diferencias vinieron provocadas por las dificultades de España para cumplir sus obligaciones en los pagos. El Régimen no pudo garantizar los cambios para que los saldos en pesetas conservaran su valor en oro. Había agotado el crédito. Tampoco Argentina estaba para dispendios, después del periodo de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial. (...). A principios de 1950 se rompía el protocolo entre Franco y Perón. Mediado el año, España ingresó en el Consejo Internacional del Trigo, accediendo a un mercado que gozaba de estabilidad de precios. La guerra fría se encontraba ya en todo su apogeo. El trigo de Perón había pasado a la historia y el racionamiento del pan se dio por finalizado el primero de abril de 1952. LA VANGUARDIA 03/02/2002 |
Al licenciarme sólo podía ser secretaria
LLUÍS AMIGUET LA VANGUARDIA 28/08/2006
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Cuando se expulsaban emigrantes
Eran tiempos difíciles. Sólo entre 1951 y 1960 llegaron al área de Barcelona casi medio millón de inmigrantes procedentes de otras zonas de España. Regiones como Andalucía, Murcia o Galicia, donde la pobreza era extrema durante la posguerra. Pese a que siempre se ha sostenido que el régimen franquista alentó la emigración hacia Barcelona, lo cierto es que durante al menos quince años reprimió la llegada de quienes viajaban hasta aquí en busca de un futuro. Es difícil precisar cuántos ciudadanos fueron retornados durante aquellos años. Muchos testigos de estos hechos ya han fallecido. Sin embargo, algunos documentos consultados por "La Vanguardia" arrojan un poco de luz. Así, en marzo de 1953 un informe del Ayuntamiento señala que "ya rebasan las 4.000 las personas que han sido reintegradas a sus pueblos de naturaleza, entre ellas familias enteras con sus ajuares, evitándose su instalación en barracas y otras viviendas en hacinamiento". Al menos desde 1947 y hasta los primeros años sesenta, el Ayuntamiento liquidaba trimestralmente los gastos que devengaba el pago de la mitad del precio de los billetes de los viajes de retorno en tren. El presupuesto para hacer frente a esas facturas alcanzó en numerosas ocasiones las 200.000 pesetas de la época. Desde 1945 -cuando abrió el centro de clasificación de Montjuïc- hasta 1957, el servicio de evacuación del Gobierno Civil y el negociado de Beneficencia del Ayuntamiento mantuvieron un servicio conjunto destinado a detener y evacuar a "mendigos e indigentes" que llegaban a las estaciones de ferrocarril y al puerto de Barcelona. La Policía Armada y la Guardia Civil se encargaban del control de los accesos a la ciudad. Los "informadores" del negociado de Beneficencia peinaban la ciudad con su temido "rondín", deteniendo a quienes carecían de empleo o de domicilio fijo. La detención de los que recalaban en la ciudad y no tenían familiares que respondieran por ellos o domicilio fijo fue organizada "siguiendo las normas del gobernador civil", hasta que en el año 1955 el procedimiento quedó instituido en una ordenanza municipal: "Los agentes de servicios en muelles, estaciones y demás puntos de acceso a la ciudad recogerán y conducirán al pabellón de clasificación a toda persona respecto de la cual existen fundadas sospechas de que pretende ejercer la mendicidad". Una vez en el pabellón de Montjuïc, los funcionarios al cargo debían determinar "el destino de los recogidos, según sean válidos o inválidos, sanos o enfermos, verdaderamente necesitados o profesionales de la mendicidad, jóvenes o ancianos, nacionales o extranjeros y habitantes de esta ciudad o procedentes de otras". Los emigrantes evitaban a la policía todo lo que podían. Así lo atestigua Antoni Lázaro, hijo de un maquinista (hoy fallecido) de uno de aquellos convoyes que tardaban hasta tres días en cruzar la Península. En la Torrassa, en l'Hospitalet, donde el tren ralentizaba la marcha antes de llegar a Sants, la gente saltaba al balasto con sus enseres. "Mi padre me había contado que tenían instrucciones de reducir la marcha porque a veces se producían accidentes graves." Joan Mallol, entonces un niño que vivía en la Torrassa, refuerza este testimonio: "Al llegar a la cuesta veías cómo empezaban a caer los fardos del tren. Detrás de los bultos saltaba la gente". Sebastián Cuenca, hijo de un inmigrante llegado a Barcelona en los años cincuenta, rememora el testimonio de su padre. "Él ya sabía que si lo pillaban lo enviarían a Misiones. Todos los que llegaban en esa época lo sabían, de modo que cuando lo paró un policía en la estación dijo que estaba de paso y que iba a ver a un primo en Sant Feliu." Y de verdad se fue. Cuando regresó a Barcelona acudió al Ayuntamiento con una carta que le había escrito un jesuita en Almería. El cura que le atendió le amenazó con enviarle a Misiones. "¿No ve usted que sin trabajo ni casa, dentro de tres días tendrá que delinquir?" Pero, el sacerdote cambió de parecer cuando leyó la carta de su colega almeriense, que decía que era buena persona. Entonces el cura le dijo: "Mire, yo a usted no lo he visto. ¡Rápido, váyase!". LA VANGUARDIA 02/06/2002
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Anticatalanismo
Josep Benet reconstruye en “Domènec Latorre, afusellat per catalanista” , la historia de un nacionalista catalán fusilado por, según la sentencia que le condenó a muerte, “los hechos probados” de “ser un destacado elemento separatista y fundador de la organización de este matiz, llamada ‘Patria Nova’”, “porque antes de iniciarse el GMN (Glorioso Movimiento Nacional) realizaba una intensa propaganda por medio de artículos periodísticos” y porque “al advenir el citado movimiento, colabora muy asiduamente en el periódico ‘La Humanitat’ en el que publica una serie de artículos y caricaturas conteniendo las más soeces injurias contra el Ejército Nacional, sus instituciones e incluso contra la más alta representación del nuevo Estado español”. JOSEP MARIA SÒRIA –LA VANGUARDIA 04/09/2003
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